Cuando atravesamos una época de crisis, algunas situaciones que habitualmente no serían complicadas, pueden convertirse en un conflicto con las personas que nos rodean, ya sea en el trabajo o en nuestra vida personal. ¿A qué se debe? La respuesta es muy simple: en esa situación, no dejamos que predomine nuestro cerebro racional, y nuestra percepción se siembra de sesgos y prejuicios. Veamos por qué sucede esto…

En época de crisis, rige nuestro cerebro reptiliano

Nuestro cerebro actual está formado realmente por tres cerebros. A lo largo de nuestra evolución, la naturaleza no ha ido reemplazando cerebros, sino que los ha ido agregando uno sobre otro. El más primitivo, con más de 500 millones de años de existencia, es el que llamamos reptiliano (pues lo compartimos con los reptiles). Se encarga de las funciones básicas, funcionando en forma binaria – blanco o negro, todo o nada-, y se encuentra a cargo de accionar la reacción de supervivencia: atacar – paralizarse – huir. 

Pues bien, en época de crisis, este cerebro reptiliano se vuelve muy atento y participativo, con el objeto de protegernos. Pero esa “sobreprotección” puede acarrearnos consecuencias negativas: aumenta y distorsiona nuestra sensibilidad a las pequeñas señales, las malinterpreta como ataque y reaccionamos de forma poco amigable cuando no corresponde.

Además, cuando el cerebro activa el modo supervivencia a través de nuestro cerebro reptiliano, desactiva a su vez nuestro cerebro racional. En otras palabras: cuando funcionamos en modo peligro, no podemos pensar racionalmente. Se trata de un mecanismo de protección y defensa, pero que realmente nubla nuestro discernimiento.

Un asunto peliagudo…

Tradicionalmente, pensamos que una conversación es difícil en función del tema a tratar. Y sin duda, el asunto puede ser incómodo, pero no es el desencadenante del conflicto. La clave está en nuestro nivel de comprensión de las diferencias de percepción, entendimiento y perspectivas que tenemos con los demás. El foco debe estar en la calidad y comprensión de las relaciones interpersonales. 

Para ello, es importante entender que la comunicación no es un asunto unilateral, no se trata de saber expresarme de la mejor manera posible o brillar en la dialéctica. La comunicación efectiva se da cuando puedo entender y hablar en el idioma del otro, no en el mío. ¿Qué es lo que hacemos cuando vamos de visita a un país donde no se habla nuestro idioma? Intentamos aprender los vocablos básicos que nos permitan comunicarnos, tratamos de encontrar la forma de que se nos entienda. Ése debería ser el objetivo de toda conversación.  

¿Qué puede suceder?

Ante una conversación complicada, existen 4 modos de reaccionar

  • Paralizarnos (no responder y hacer nada)
  • Huir (intentar escapar de la situación)
  • Cambiar nuestra actitud
  • Modificar nuestra conducta

Las dos primeras reacciones están claramente relacionadas con nuestro cerebro reptiliano, y sólo las dos últimas pueden generar soluciones, sobre todo la última de ellas. Pero, ¿cómo podríamos lograr este cambio de conducta? Debemos pasar por dos pasos necesarios, que veremos a continuación.

Primer paso ante una conversación difícil: conocer bien a nuestro interlocutor

De forma general, las personas se definen en dos polaridades: por un lado, pueden estar orientadas predominantemente hacia las tareas o bien hacia las personas; por otro lado, pueden resultar más pasivas o más activas en su modo de comunicarse. 

En base a esto, surgen cuatro cuadrantes que dan lugar a cuatro tipos de personalidad, y cada uno de ellos se comunica y escucha de manera diferente: 

  1. Predominantemente orientadas a la acción y a los resultados. Estas personas solo escuchan hechos concretos sin mucha explicación. Les interesa el final de la historia, las conclusiones, no la historia en sí. La mejor manera de comunicarnos con ellos es utilizando pocas palabras y enfatizando hechos concretos.
  2. Orientadas al análisis y a los procesos. A estas personas les interesa mucho más el “cómo” que los resultados. Para comunicarnos con ellos, debemos aportar datos, toda la información posible para entender cómo se llegó a la conclusión. 
  3. Focalizadas en las relaciones interpersonales. La clave es este caso reside en el impacto emocional. 
  4. Interesadas en ser el centro de atención. Para comunicarnos bien con ellos, debemos involucrarles y hacerles sentir protagonistas. Necesitan sentirse parte de la historia.

En realidad, todos tenemos algo de los cuatro cuadrantes, pero siempre hay uno de ellos que nos identifica mejor. Conocer el estilo dominante de nuestro interlocutor es la puerta de entrada para podernos comunicar bien con él. Cambiar el foco de atención al estilo de personalidad de la otra persona, no del mío, puede ser la clave del éxito.

Segundo paso: entender los principios básicos de una comunicación efectiva

En toda comunicación efectiva, hay cuatro principios fundamentales que deben darse: 

  1. Definir un objetivo: ¿qué espero obtener de esta conversación? 
  2. Practicar la escucha empática. no solo escucho lo que me están diciendo, sino que busco comprender las emociones de mi interlocutor. Es más cuestión de contexto que de contenido. 
  3. Ser flexible: dejar espacio para cambiar mi posición.
  4. Actitud: tener muy claro si ambas partes estáis dispuestas a llegar a un acuerdo.

Cuando afrontamos una conversación difícil, no solemos tener en cuenta estos cuatro parámetros. Sin embargo, es necesario que los revisemos, pues determinan el marco de la conversación. 

También es conveniente identificar si estamos en el marco de referencia adecuado. ¿Me he puesto en el papel de víctima? ¿Creo que mi interlocutor es un villano? ¿Me siento indefenso o impotente? Antes de una conversación difícil, es muy importante que nos preparemos moviéndonos del lugar de víctima al de actor, dejando de clasificar al otro como el malo – aceptando que puede tener una perspectiva válida aunque sea diferente a la mía-, y dejando de sentirnos impotentes, para pasar a sentirnos capaces de solucionar la situación.

Conclusiones

Un tema espinoso puede hacer difícil una conversación, pero la clave está realmente en la calidad de la comunicación. Cuando las personas pueden comunicarse adecuadamente, los asuntos pasan a un segundo plano. En definitiva: si somos capaces de entender el idioma del otro, podremos hablar de temas difíciles sin inconvenientes. 

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